Viaje Dresden, Freiberg y Glashütte 2017.

En éste 2017 se cumplen ya 25 años desde que se crease la Asociación Española de Tasadores de Alhajas (AETA). Un motivo tan especial requería, sin duda, un viaje también especial. Un viaje que nos transportase, a ser posible, no solo en el espacio sino también en el tiempo.

Un grupo de socios y colaboradores de AETA nos desplazamos a Sajonia, al este de Alemania en la frontera con la Republica Checa. La pertenencia de este Länder a la antigua DDR limitó, durante algunas décadas el acceso a esta región y a los tesoros naturales y artísticos que posee. Ahora, afortunadamente, podemos disfrutar de los mismos, gracias a la pasión que las gentes de esta tierra ponen en preservar su legado. Nuestro viaje comenzó con una visita al corazón de los “Montes Metálicos” (Erzgebirge), una zona que, como su nombre sugiere, tuvo una intensa actividad minera desde el descubrimiento de minas de plata en el siglo XII.

En nuestro particular viaje en el tiempo no retrocedimos a épocas tan remotas, sino que iniciamos nuestra travesía visitando un pequeño pueblo, Glashütte, conocido, no por su historia minera, sino por lo que surgió en él tras la depresión que siguió al cese de la actividad minera en la región. Un joven inquieto de la región, Ferdinand Adolph Lange viajó al Vallée de Joux en Suiza donde aprendió las técnicas de fabricación de relojes. Utilizó esos conocimientos para relanzar un nuevo tipo de actividad económica en Glashütte creando en 1845 el primer taller de aprendices de relojeros y, algo más tarde, la primera fábrica que aún hoy día produce los conocidos relojes Lange & Soehne.

La historia de la enseñanza y la fabricación de relojes en Glashütte se encuentran expuestas en un cuidado museo. Este fue el objeto de nuestra primera visita introduciéndonos en la evolución de las técnicas de fabricación de relojes desde los de bolsillo a finales del siglo XIX hasta los de pulsera en el siglo XX. Me llamó especialmente la atención la precisión con la que se fabricaban las diferentes piezas que componen la maquinaria de los relojes, incluyendo el uso que se daba a las bolas de rubí sintético de las que se obtenían las piezas que garantizaban la durabilidad de estos preciados mecanismos.

Nuestra segunda etapa no podía tener un objetivo diferente al de retroceder algo más en el tiempo y visitar el legado que ha dejado en la región la actividad minera. Para esto nos desplazamos a Freiberg, una ciudad que incluso, da nombre a un mineral de plata, la Freibergita [(Ag,Cu,Fe)12(Sb,As)4S13]. En esta ciudad se creó, en 1765, la Escuela Técnica de Minas más antigua del mundo, un centro universitario que aún hoy día mantiene su actividad académica y que, junto a una fundación local que mantienen antiguos mineros, conservan algunos de los pozos y galerías de minas. Estas minas preservadas, constituyen los “laboratorios” de prácticas de los alumnos de la Universidad Técnica de Freiberg (¡Que lujo!). Parte de los fondos que se necesitan para el mantenimiento de las minas proceden de la organización de visitas guiadas. Algunos de nosotros vivimos la experiencia de bajar en una “jaula” a la tercera planta de la mina (a 145 metros de profundidad), recorrer las galerías y reconocer los filones de sulfuros ricos en plata.

Una vez en la superficie nos desplazamos al museo denominado Terra Mineralia en el que se puede disfrutar de una magnífica colección de unos 3.500 ejemplares dentro de un antiguo castillo. La colección se encuentra clasificada por las zonas de procedencia de los minerales agrupadas por continentes, además de un pequeño edificio aparte, en el que se exponen los minerales encontrados en la región de los Montes Metálicos. Creo que todos vivimos una experiencia inolvidable, quizás por nuestra formación, aunque considero que no hace falta saber de mineralogía o gemología para apreciar la belleza de los ejemplares expuestos en este museo.

Pernoctamos todos los días en Dresden, una ciudad completamente desconocida para mí hasta ese momento pero que se me reveló increíblemente monumental y de gran importancia histórica. Me llamó especialmente la atención la coexistencia de dos catedrales, una católica (La Catedral) y otra protestante (La Iglesia de Nuestra Señora), erigidas casi al mismo tiempo. La primera construida por el Príncipe de Sajonia Federico Augusto II (Augusto el fuerte) quién se convirtió con toda su corte al catolicismo para poder acceder al trono de Polonia y la segunda construida por el pueblo que mantuvo su fe protestante. Esta última quedó completamente destruida durante el bombardeo de Dresden al final de la II guerra mundial y pudo ser reconstruida, nuevamente por suscripción popular, en este caso no por los habitantes de Dresden, sino a través de una campaña internacional en la que se implicaron importantes representantes de la vida pública de Estados Unidos y Gran Bretaña, países responsables del citado bombardeo.

Pasear por las calles de Dresden también nos transportó a la época navideña ya que es frecuente encontrar en las tiendas de regalos, abundantes tallas y ornamentos realizados en madera con motivos navideños. Los habitantes de la región de los Montes Metálicos iniciaron esta otra actividad artesanal para suplir la falta de trabajo tras el cierre de las minas y, en la actualidad, suministran la mayor parte de los ornamentos con los que los alemanes decoran sus casas en navidad.

Si nos impresionó la monumentalidad de Dresden, el Grüenes Gewöelbe (la Bóveda Verde) nos cautivó. Este es el nombre que recibe un ala del Palacio de Federico Augusto II, en el que se exponen las joyas, curiosidades, rarezas y objetos de arte que a este Principe le gustaba coleccionar. La visita al museo se inicia por la sala del ámbar y continúa con la del marfil, la de la plata dorada, la de la plata, la de las curiosidades (incluye ornamentos rícamente decorados con plata y realizados con cáscaras de coco, conchas de nautilus, grandes cristales de cristal de roca…) y, al final de la planta baja, con una sala en la que se exponen joyas y ornamentos realizados con diamantes, rubíes (algunas piezas estaban realizadas con espinelas rojas), zafiros y esmeraldas. Cuando creíamos que habíamos terminado de ver el museo, comprobamos que aquello había sido el aperitivo. En la segunda planta se exponen, quizás, los ejemplares de una confección más delicada y de mayor calidad artística. Empieza el recorrido con una curiosidad que expresa la pasión por el coleccionismo de Augusto El Fuerte, un pequeño conjunto de tallas perfectas realizadas sobre huesos de cereza (por supuesto, se necesita una lupa para apreciar la calidad del tallado).

Tras disfrutar de numerosos objetos de arte se llega a la sala en la que se exponen las obras maestras del orfebre Johann Melchior Dinglinger quien combinando maderas nobles, oro, plata, acero dorado, esmaltes y gemas fue capaz de crear obras de excepcional belleza. Entre ellas destaca “El trono del Gran Mogol Aureng-Zeb” considerada como la obra maestra del arte orfebre barroco de Europa. Sinceramente, no soy capaz de describir con palabras la perfección y el detalle con que están hechas cada una de las figuras que componen el conjunto.

Terminamos el recorrido del museo disfrutando de la contemplación del diamante Dresden (podéis imaginar que con la boca abierta), un diamante verde de 41 quilates engarzado en un broche de 14,1x5 cm que contiene, además, un diamante en talla brillante redonda de 6,28 quilates y otros 411 diamantes de menor tamaño. A la salida del museo, todos coincidimos en la calidad y la belleza de las obras que acabábamos de ver y tuvimos un recuerdo para todos aquellos que, como nosotros, se emocionan ante la belleza de las gemas, las joyas y, muy especialmente, del trabajo bien hecho. Los que no pudisteis acompañarnos, ánimo, Sajonia y su capital, Dresden, son un destino que merece la pena tener en cuenta.

Fernando Gervilla (Profesor UGR y AETA, Socio colaborador).