Viaje a Munich (2005).

Visita a Mineralientage en Munich, Alemania. Fue una experiencia nueva para muchos de los participantes.

Acompañados por un tiempo otoñal espléndido, buena compañía y gastronomía y oportunidades únicas para comprar gemas y minerales de extrema rareza y belleza, hubo compañeros que han a repetido la experiencia al siguiente año.

En el Puente de los Santos, decidí asistir al viaje que la Asociación Española de Tasadores de Alhajas organizó a Munich. Como siempre es necesario vestir el placer con el pertinente uniforme de trabajo, esta vez el argumento profesional era la visita a la “Mineralien tag”, o feria de los minerales que se celebra en la bella capital bávara.

Y a fe mía que el motivo valía la pena, ya que no es posible imaginar desde nuestra lejanía que se pueda reunir tan gran cantidad de stands, expositores y artículos. Se trataba de una superficie ingente, de varias naves de gran tamaño, llenas a rebosar de piedras, de todas las clases, formas, durezas, brillos y colores, hasta constituir la causa de una auténtica borrachera para los sentidos. Algo maravilloso de experimentar, siquiera sea una vez.

Pero hay algo que me llamó la atención tan poderosamente como la lujuriosa exhibición de minerales. Si hubiera sido en nuestro bendito país, la Seguridad habría sido abrumadora, llena de vitrinas de seguridad, cristales blindados, y vigilantes armados que no perderían de vista ni nuestra mano ni el trozo de piedra portado en ella. Allí no. La seguridad parecía brillar, pero por su ausencia.

Los minerales se agolpaban libremente en bandejas, cajones y bateas. Nadie obstaculizaba el que examináramos, palpáramos y revisáramos los objetos de nuestro deseo. Ni siquiera que nos los lleváramos del stand para enseñárselos a personas distantes de nuestro grupo. Fernando Yandiola Socio Colaborador No quiero pararme ahora a pensar si se debe a que nuestra peculiar idiosincrasia, o nuestro carácter de crisol de gentes, razas, visitantes y residentes nos hace más proclives a ser conceptuados como virtualmente más inseguros (vulgo “chorizos”).

Pero sí quiero constatar que eso pasaba, y no solo en la feria, sino que lo mismo ocurría con los cajones de periódicos en la calle, o los puestos de libros en algunos portales (de los que, en ambos casos, los oriundos se servían libremente y depositaban, religiosamente, el importe). ¡Lo que se aprende viajando, y lo que te fastidia, a veces!. Visitamos el Museo Nacional de Baviera, por cortesía y con la compañía de su Vicepresidente, Herr Doctor Lorenz Seelig, a quien no puedo por menos que agradecer su amabilidad y el caudal de conocimientos con que sazonó la vista de tanta belleza expuesta. Y por último, decir que las salchichas, de lujo; la cerveza, de monumento nacional.

Y para monumentos nacionales, la visita que hicimos a los castillos del “Rey Loco”, Luis II. Por fin, a la vista de la magnificencia de Neuschwanstein. Hohenschwangau y Linderhof, he encontrado algo que reprochar al extraordinario pueblo anfitrión (no seríamos españoles, si no nos cubriéramos encontrando algún defectillo): ¿a alguien capaz de soñar, y hacer realidad unos sitios tan maravillosos, tan únicos, cómo se atreven a llamarle “Loco”.

Desearía vivir en un mundo pleno de locos de esa especie, desgraciadamente extinguida, de gentes que utilizaban el insultante poder y la ingente riqueza que atesoraban, para crear una belleza sublime. Aunque ello revele un cierto grado de injusticia barroca.